(Para mi amiga Luz, que tendrá para siempre un puesto en mi corazón)
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En mis manos débiles ya descansa
el temor náufrago de tus ojos,
la rotura definitiva de tu pulso
y el rumor quebrado de tu corazón herido.
En mis rodillas quedó tu latido enamorado y último
que para mí guardaste.
Después, fue mío todo el dolor.
Voló de este tronco para siempre la alegría
a enramarse en otros bucles sin raíces
y sin ritmos temporales, pues me la robaste toda.
Mis manos extenderán sobre tu cuerpo
tantas veces acariciado,
poco a poco,
la tierra cálida de mi pequeño jardín
recién abierta por la lluvia.
Despertaré y alimentaré a los pájaros
para que acunen de continuo tu silencio
con la salmodia celeste de sus cantos.
No te faltará el roce umbroso de sus vuelos,
ni habrá ya pasos que distraigan tu mirada.
La poca vida que me dejas es tuya,
pues la he dejado atada en el recuerdo:
la amorosa Luz de tus pupilas,
la enroscada presa en mi regazo,
el temblor tensado en cada ausencia.
Qué corto fue, mi amor,
el placer del tiempo compartido,
Y qué largo el río que, obediente,
de nuevo me lleva hasta tu encuentro.