VERSO LIBRE

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domingo, 10 de mayo de 2009

DONDE MUERE LA MEMORIA

Lo decidí al levantarme:

Hoy quemaré mis estampas
dibujos y cromos infantiles,
aún con sus últimos hilos cromáticos,
cansados de enfocar siempre
los mismos rincones lejanos de mi vida.

Junto a ellos, las esquelas,
abrochadas con sobrias cintas negras
que muestran los perfiles reverentes
de aquellos que se fueron de nosotros
escondidas con humildad franciscana
entre las páginas de un viejo devocionario.

Luego los vetustos álbumes,
minuciosamente clasificados
en estancos cronológicos
que guardan historias con olor de perfume agreste,
hoy ya con el abrazo amable del otoño,
anudadas en el buqué de la memoria.

Todas han ido al fuego hambriento
recién encendido, en este frío invernal.
Espero,
mientras lo veo todo arder despacio.
También la caja de cartón que las guardaba
se deshace avergonzada entre las llamas.

Cartas y más cartas, aprisionadas y dormidas,
supuran sobre su piel
las huellas del largo y oscuro encierro,
y piden de mi mano el adiós definitivo.
No quise darles la oportunidad de una segunda lectura,
ni ellas me lo pidieron.
Mientras el humo se eleva taciturno
siento escuchar
en el corazón de la danza encendida
el lamento entrecortado de sus voces.

¡Por dios!
Cuántos años he perdido
en aliviarme de estas miradas del tiempo.
Un desasosiego recorre los lomos desnudos
de los libros de mi cuidada biblioteca:
presienten su momento.

Abro la ventana.
El viento, con su brazo frío y poderoso
flagela mi habitación
y la desnuda de los recuerdos últimos.

No sabía qué hacer con ellos.
Ahora me encuentro tenso y vacío
como un árbol recién talado desde su pie
en medio de un solemne silencio.
El frío se adentra en las venas del paisaje.
Pienso: he andado ya mi camino.

Y no deseo volver.

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