Te veo
abriendo mis ojos a la luz
recién brotado el día.
Miro tus labios,
alcoba de mis secretos,
pequeño palomar,
cuenco de tu voz.
Esos ojos
donde tú y yo
nos reconocemos,
aposento de mis sueños,
nenúfares que quiebran
la soledad del lago,
siempre llenos de ti.
Pero es tu cuerpo
donde me vacío
la llama
que llega a mis brazos
y enciende el amanecer.
Abro mi lecho
testigo del cansancio
de los caminos andados;
y en mi primera plegaria
saludo al nuevo día
recuperándolo,
habitándolo
de cantos y colores
y de pasos
sintiéndome humano
sobre el suelo.
Todo es nuevo;
ya el ayer quedó encerrado
en un ocaso sin retorno.
Empiezo a caminar.

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domingo, 10 de mayo de 2009
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